Foto: BENJAMIN MENGELLE |
INMIGRACIÓN - BIOGRAFÍA DE UNA VIDA por Raúl Velasco Rodríguez, periodista de El Confidencial Andaluz.
No
lo conocía de nada, al menos no lo conocía físicamente. Hacía un
tiempo que seguía por Facebook a Lagarder porque era un chico muy
activo socialmente. Defendía siempre a los más débiles, subía
fotos con inmigrantes, con sin techos, los ayudaba, denunciaba sus
situaciones, la sociedad en la que nos hemos convertido, difundía
noticias que comentaban injusticias sociales…
Cuando me
propusieron hacer este trabajo sobre inmigración no sabía muy bien
a quien acudir. Durante un tiempo intenté recordar si tenía amigos
inmigrantes en Sevilla, pero no caía en ninguno. Hasta que revisando
Facebook me di cuenta que Lagarder no era un nombre inventado o mote
para Facebook, si no que era su nombre real. No “parecía”
inmigrante, o bajo mi prejuicio creado por la imagen que nos ofrecen
siempre los medios, no había reparado en el por verlo un chico
“normal”. Siempre pensé que era español.
Aquel
jueves de Julio quedé con él por la tarde en un bar del sevillano
Parque del Alamillo, a las afueras de la ciudad. Suponía que un
sitio concurrido del centro no sería un buen lugar para realizarle
la entrevista. Tal vez no se abriría tanto a mí, no se sentiría
tan cómodo rodeado de mucha gente o tendríamos muchas más
distracciones que dificultarían el trabajo. El Alamillo estaría
casi desierto un día así, y a Lagarder además le pareció una
genial la idea, me dijo que le encantaban los parques.
Cuando
llegué me senté en un banco de la entrada del parque a esperarle.
Poco después apareció él en bici y su saludo fue:
- ¿Has visto lo que me ha pasado? ¿Qué vengo todo mojado?
- Emm no… ¿Por qué?
- Que me han mojado los aspersores tío, mira.
Dijo
mientras se daba la vuelta y me mostraba su espalda y mochila mojadas
por el agua. Con este saludo ya imagine que Lagarder era alguien
bastante impulsivo y que no atendía mucho a los contratos o
estipulaciones sociales.
Nos
sentamos en una mesa de aluminio recalentadas un poco por el sol de
las 20:15 de la tarde, aunque el frescor de la hierba y los árboles
ya se dejaba sentir poco a poco, y comenzó a hablar.
Lagarder
tiene 34 años, 1,75 cm más o menos, moreno de mirada viva,
expresiva. Lagarder es rumano y se enteró que era gitano a los 14
años, cuando robó parte de su expediente en el orfanato de Slatina,
una ciudad pobre del sur de Rumania, donde vivía de pequeño.
INFANCIA
En
la época del dictador rumano Ceaucescu, en los años 80, se pensaba
institucionalmente que los gitanos eran una plaga en Rumania, una
plaga que debía ser erradicada. Su cultura era inferior y no debía
seguir conviviendo con la rumana europea. La solución, ya que
pensaban que los rumanos mayores de edad eran incorregibles, era el
secuestro de los hijos de gitanos al nacer. Esta suerte corrió
Lagarder arrancado de los brazos de su madre al nacer, pero con la
fortuna de no haber contraído HIV el en el hospital donde nació, ya
que miles de personas cogieron el sida en hospitales rumanos en la
década de los 80 porque reutilizaban las agujas al no tener recursos
económicos suficientes.
Los
primero recuerdos de Lagarder son felices. El primer orfanato donde
vivió lo conformaban niños de 0 hasta los 6 años. Recuerda adultos
amables, niños con los que jugar, risas, diversión… y también
recuerda algo que nunca olvidará. Una mujer con el pelo muy largo,
muy negro y que le sonreía mientras le ofrecía un paquete de
galletes a través de las rejas de la puerta principal cuando él
contaba con unos 4 o 5 años. Dice que hay recuerdos que nunca se
borran y este se le quedó grabado a fuego… tal vez porque una
parte de él quería pensar que esta era su madre, tal vez porque
realmente lo era y una sola mirada sincera, callada, puede hacerte
saber esto.
Entre
los 6 y los 18 años el centro de acogida debe cambiar en Rumania.
Lagarder se tuvo que mudar a una ciudad cercana a Slatina donde había
un orfanato para niños mayores de 6 años. Estos recuerdos son un
poco diferentes. Los chicos de último curso, de 16, 17, 18… son
los encargados de controlar y organizar estos orfanatos debido a los
pocos recursos con los que contaban. Lagarder en este momento sufre
violencia, robos y control de estos chicos mayores, en centros donde
escaseaban los adultos y la organización reglada. En este momento
empieza a formar parte de algunas pandillas del centro buscando la
seguridad de un grupo. La comida escaseaba, y una forma de conseguir
más era robándola del comedor del colegio donde estudiaba. Este fue
un punto de inflexión para Lagarder. Una maestra de literatura se
dio cuenta de estos robos, y en vez de recriminar a Lagarder,
conociendo su difícil situación, le prometió compartir su desayuno
con él cada mañana si este dejaba de robar. Esto hizo que Lagarder
sintiera admiración y respeto por esta profesora, hasta tal punto
que empezó a esforzarse en sus clases de literatura y lengua. Las
notas de Lagarder subieron, ya que como él mismo dice, al no tener
tanta hambre no estaba todo el tiempo pensando en la comida y podía
prestar más atención a las lecciones.
Los
profesores del colegio se asombraron de que Lagarder, un chico
huérfano y sin apoyo de ninguna familia, comenzara a mejorar sus
notas y empezaran a interesarle las lecciones del aula. En este
momento deja de ausentarse de la escuela tanto y comienza a prestar
un poco más de atención en clase gracias a esta maestra que en
parte, intuye ahora de adulto, se propuso como un reto ayudar a
Lagarder.
ADOLESCENCIA
A
los 14 años Lagarder entra en el Instituto, y aquí empieza a darse
un poco más cuenta de toda su situación. Descubre que es gitano
robando la documentación de su antiguo orfanato, empieza a darse
cuenta que necesita estudiar para poder mejorar su nivel de vida y
algo más, también empieza a ser consciente de que es homosexual.
Estamos en Rumania, en el año 1995, reconocer esto públicamente es
completamente imposible si no quiere terminar muerto, o en una
cárcel. Rumania no despenalizo la homosexualidad hasta el año 2001
por presiones de la Unión Europea. Antes de esto el dictador Nicolae
Ceaucescu había introducido una ley que prohibía las relaciones
homosexuales tanto en público como en privado. Lagarder también
ocultará en esta época su ascendencia gitana, ya que en Rumania los
gitanos son parias de la sociedad. Lagarder, gitano, huérfano y
homosexual empieza en esta época a fantasear con escapar de su país,
un país que le niega su verdadera realidad y el cual no tiene tantos
recursos como una Europa Occidental que es vista por la sociedad
rumana como el “Edén”. Como un verdadero paraíso donde todo el
mundo es rico y la libertad y la justicia alcanzan altas cotas de
compromiso.
Los
primeros cambios que empieza a realizar Lagarder en su vida tienen
que ver con su propio orfanato. Con unos 14 o 15 años se pone de
acuerdo con su pandilla para acabar con la supremacía de los chicos
mayores sobre los pequeños. De poner fin con las injusticias y los
robos de la comida a estos, comprometiéndose además a empezar a
proteger a los pequeños en vez de explotarlos para que robasen a su
beneficio. Lagarder es consciente de lo que sufrió con esas edades
al llegar al nuevo orfanato y no quiere que los nuevos huérfanos
pasen por la misma situación. Además se da cuenta de que a todos
los chicos del orfanato les gusta cantar, es una manera de expresar
sus sentimientos, de liberarse o evadirse en una situación tan
difícil, sin familia y sin casi recursos. Lagarder empieza a pensar
que sería una buena idea realizar un proyecto de musicoterapia,
creando una especie de coro de huérfanos. Todos están encantados
con la idea y los huérfanos se involucran tanto que terminan
recorriendo muchas de las ciudades del país, ayudados por los
profesores y actuando en colegios y demás instituciones. Es tal su
éxito que saldrán en la prensa y comenzarán ser un poco conocidos.
El
tiempo sigue pasando y en el instituto un libro de un escritor rumano
marcará su futuro. Esta novela trataba sobre una familia muy pobre
que quería mandar a sus hijas a la universidad, retratando las
dificultades que el padre tiene que hacer para poder conseguirlo.
Finalmente logran este objetivo y la felicidad parece inundar a esta
familia para siempre. Este libro hace que Lagarder se sienta muy
identificado con los personajes y la historia y en su imaginación
empieza a soñar con llegar a lo mismo. A poder entrar en la
universidad de Bucarest, aunque en ese momento parecía algo
imposible.
Siempre
le preguntaban que querría estudiar en la universidad cuando entrara
en ella. Pero Lagarder no sabía que contestar hasta que una vez,
gracias a un programa de desarrollo internacional europeo, llegaron
un verano un grupo de trabajadoras sociales suecas y suizas. Este
verano fue para Lagarder, y la mayoría de los chicos del orfanato,
muy diferente. Estas chicas realizaron con ellos muchas actividades
que nunca habían hecho, pintaron sus habitaciones preguntándoles
como querían hacerlo, tomaban en cuenta sus preferencias, sus
deseos… era algo que Lagarder nunca había visto en el orfanato y
no tardó mucho en preguntar a una de estas simpáticas chicas que
había estudiado ella para trabajar en esta profesión. Ella le
contestó alegremente que era trabajadora social. Desde ese día
Lagarder tuvo muy claro que querría ser trabajador social y ayudar a
otros niños y personas necesitadas. Aunque sus profesores siempre le
decían que esto sería imposible ya que en Rumania no existía esta
carrera.
UNIVERSIDAD
Por
suerte el año que Lagarder entró en la Universidad de Bucarest
ofertó por primera vez esta especialidad dentro de su oferta
educativa y pudo realizar los estudios que siempre quiso hacer. Fue
un comienzo difícil, ¿un huérfano gitano estudiando en la
Universidad de Bucarest? A todo compañero o profesor con el que lo
compartía les parecía imposible. Lagarder no tenía ingresos para
poder costearse los estudios aunque la universidad fuera gratuita y
le proporcionaran un lugar para vivir. El trasporte, la comida, la
electricidad, la ropa etc… no podía costeárselo de ninguna
manera. Así que Lagarder decide viajar los veranos a Yugoslavia para
trabajar en la construcción donde los sueldos eran mucho mayores que
en Rumania. Gracias a esto pudo terminar sus estudios de Trabajo
Social.
Mientras
realizaba estos estudios empezó a estudiar los orfanatos europeos y
a darse cuenta de la diferencia que había con los de Rumania. En la
Unión Europea los centros buscan activamente una familia apropiada
para cada uno de los niños que acogen. En Rumania el estado actúa
como responsable y tutor de los menores hasta que estos cumplen 18
años, convirtiendo a Rumania en el país de toda Europa con mayor
número de niños sin familia. La Unión Europea multará a Rumania
por esta situación y Lagarder en este momento se interesa por cómo
se encontrará su antiguo centro de acogida. Él era consciente ya
cuando vivía en el de la corrupción que existía en su propio
centro. Muchos de los recursos que a él llegaban para alimentos,
medicina o ropa, eran utilizados por sus dirigentes para su propio
beneficio.
Lagarder
eligió hacer un año de prácticas en uno de estos centros de
internamiento para intentar mejorar la situación que él vivió de
pequeño. Reprodujo el mismo taller de musicoterapia que creo con
sus compañeros cuando él contaba con 15 años para animar a los
chicos del centro y también para que confiaran en él. Su fin real
era desenmascarar las
redes clientelares y de corrupción que tenía este centro de acogida
y por el cual los niños vivían en condiciones infrahumanas. El
taller de musicoterapia de Lagarder empezó a viajar por diferentes
ciudades del país y la prensa mostró otra vez interés en él. Y
justo en este mismo momento, cuando contaba con la suficiente
información y ayudado por los chicos del centro, denuncio la
situación del orfanato. La directora, la hija de un importante
senador del país transilvano, había utilizado las medicinas que
llegaban al centro para venderlos en su propia farmacia y sacar así
aún más rentabilidad. Tras dos años de luchas y con una prensa
bastante interesada por el asunto, el senador sería destituido y su
hija, la directora del centro de acogida, encarcelada.
HUIDA
Lagarder
en el último año de universidad empieza a reflexionar seriamente
con abandonar el país. Se siente atrapado por tener que ocultar su
propia raza, además la situación económica de Rumania en el año
2004 es realmente penosa, el sueldo medio no llega a los 250 euros
mensuales en la mayoría de los trabajos. Y hay algo más, su
orientación sexual está completamente reprimida, no puede decirle a
nadie que es gay ya que Rumania es uno de los países más homófobos
de toda Europa. Sólo un 13% de la población aprueba el matrimonio
homosexual en contraposición con países como España u Holanda
donde más de un 75% está a favor en esta época. Además al no
tener una familia que le ate en Rumania decide embarcarse junto a un
compañero de su antiguo orfanato hasta Portugal, donde viven ya
otros amigos suyos y dicen que las condiciones de vida son buenas.
Lagarder
me cuenta que en ese momento su idea de Europa Occidental o de la
Unión Europea en general era como soñar con el Edén. Las noticias
de los sueldos que eran diez veces los de su país, de una sociedad
más avanzada, más tolerante, más abierta, de mayor seguridad,
justicia, calidad de vida, cultura etc… son los pensamientos que le
hacen decantarse por cruzar la frontera de Hungría ilegalmente para
alcanzar finalmente Portugal. Esto y que en parte esta secretamente
enamorado de su amigo y en ese momento no dudará en seguirlo a
cualquier lugar. Aunque este enamoramiento no durará mucho.
En
la frontera de Hungría Lagarder sufrirá uno de los primeros
episodios negativos que parecerá adelantar las penurias que deberá
sufrir en ese “Edén” que llaman Unión Europea. El chofer
detendrá el autobús al alto de dos policías húngaros que ya
conocía. Estos tienen un trato con el chofer, permitir el paso de la
frontera de estas personas a razón de 50 euros por cabeza, los
cuales se repartirán posteriormente. Aunque 50 euros nos parezca
irrisorio Lagarder me cuenta que muchas veces era el sueldo de todo
un mes en su país. Él se niega a que se extorsione a gente que no
tiene casi nada, que abandona Rumania por una pobreza extrema y que
marcha con lo mínimo hacia lo desconocido. Llama a la policía y
consigue que este chantaje no se realice. Pero cuando el autobús
continúa su camino unos km más, este chofer detendrá de nuevo el
autocar frente a estos primeros policías corruptos. Tras una paliza
que lo deja casi inconsciente, y sin que ninguna persona del autocar,
las cuales él ha defendido, ni siquiera su propio amigo, detengan a
estos policías, Lagarder comprenderá que el miedo es un arma muy
poderosa. Y que por este miedo muchos asumimos, o aceptamos, sucesos
injustos. Nos detiene, nos congela, nos hace mirar hacia otro lado.
Este miedo nos deja paralizados, aceptando situaciones que en nuestra
mente momentos antes nos parecían inaceptables. Nadie hizo nada por
él, todos miraron hacia otro lado, incluso su propio amigo.
Después
de un largo viaje y aún con magulladuras por la paliza recibida en
las fronteras de Hungría, Lagarder y su amigo llegan al norte de
Portugal. Aquí Lagarder empezará a comprender que aquel Edén eran
cantos de sirena que muchas veces atraen marinos para después
despedazarlos. Desde el 1º día caen en una red que explotaba
rumanos laboralmente para trabajos agrícolas. En un país
extranjero, sin conocimiento de su idioma, sin dinero, sin saber muy
bien donde exactamente se localizaban (ya que se encontraban en un
entorno rural sin población) pasaron unos dos meses… trabajando
obligadamente, sufriendo palizas, insultos, sin cobrar casi nada,
encerrados por la noche en un barracón… Aquí Lagarder volvió a
ver ese miedo, ese miedo que paraliza. No entendía como había gente
que llevara allí más de un año y no hubiera escapado, hombres de
unos 50 años, sin esperanza, sin saber qué hacer, resignados, con
la mirada pérdida, sin esperanza.
Lagarder
no piensa correr su misma suerte, urde un plan junto con sus
compañeros. La policía portuguesa a veces cruzaba por estas tierras
de labranza y en ese momento sus jefes los hacían ocultarse para que
no pudieran descubrir que trabajaban con inmigrantes ilegales.
Lagarder piensa que si todos se ponen a hacer ruido mientras pasa uno
de estos coches de policía por el camino cercano tal vez se den
cuenta de lo que suceden y los liberen. Y así sucedió, una mañana
Lagarder ve, después de varios días esperando, un todoterreno de la
policía portuguesa. Sin saber muy bien si sus compañeros le
seguirán o no, se descubre de donde los tenían ocultados y comienza
a gritar lo más alto que puede. Para su sorpresa, aunque recibe
algunos golpes de sus jefes, los demás compañeros le siguen y se
ponen a gritar y a llamar la atención de estos policías que
terminan descubriendo lo que sucede y liberando a todas estas
personas de sus captores.
Desencantados
con Portugal deciden probar suerte en España, donde las condiciones
laborales son mejores y les han hablado de que hay trabajo en un
pueblo cercano a Aracena. Desafortunadamente vuelven a caer en otra
red de explotación de inmigrantes. Al menos esta vez no les
maltratan físicamente ni les privan de su libertad, simplemente se
aprovechan económicamente de ellos al ser unos sin papeles. Les
pagan un sueldo miserable sentenciándoles a no poder salir de allí
nunca. Lagarder comprende que una de las cosas que les frena mucho es
no conocer el idioma autóctono. Así que se compra un diccionario y
empieza a intentar aprender el castellano por su cuenta. Hablando con
la gente del pueblo, en las plazas, en un bar, donde sea… en poco
tiempo empieza a poder comunicarse aunque sea básicamente.
Un
día cansado de su situación pregunta en el bar del pueblo si en
esta localidad existe algún trabajador social. Le indican la
dirección y no duda en acudir a ella. Se encuentra con una
trabajadora social que le ayuda a salir de nuevo de esta situación y
le ofrece su casa a él y a su amigo hasta que encuentren un trabajo
mejor. Su compañero terminará trabajando de panadero y Lagarder
tendrá trabajos puntuales hasta que decide acudir al Aula de Mayores
en Aracena para mejorar su español. Allí conocerá a una de sus
mejores amigas ahora mismo en España. Una profesora de filología
que en poco tiempo entabla una amistad sincera con Lagarder y la cual
le ayudará a conseguir la homologación de su título de Trabajador
Social de Rumania por el español pagándole un vuelo de ida y vuelta
a Bucarest. Posibilitándole así trabajar en algo relacionado con
especialidad en España. Su sueño desde que conoció a las chicas
suecas del programa internacional que colorearon aquel verano en el
orfanato de Slatina.
SEVILLA
En
el año 2007 Lagarder marchará a Sevilla, ya que al ser una ciudad
grande puede ofrecerle más oportunidades laborales que un pueblo de
montaña como Aracena. Siente que ha cerrado una etapa, ahora conoce
el idioma a la perfección, tiene un título universitario homologado
y algunos amigos en el país. Parece que por fin la situación
empieza a mejorar. Antes de mudarse definitivamente buscará una
habitación de alquiler, aquí comenzaran los problemas de nuevo.
Lagarder se da cuenta que decir que es rumano cuando le preguntan su
nacionalidad es un problema. No importa que tenga dinero para pagar,
que haya obtenido una carrera universitaria o que se le vea como una
persona fiable. Es rumano, y en España en el año 2007 los
prejuicios negativos sobre esta nacionalidad llevan años
extendiéndose. Después de mucha búsqueda encuentra un casero
cubano al que no le importa su nacionalidad y le permite alquilarle
una de las habitaciones que tiene libre. Al menos entre inmigrantes
la empatía aumenta, todos han pasado por alguna situación difícil
al encontrarse en un país extranjero.
Lagarder
no tarda mucho tiempo en encontrar trabajo en la restauración,
estamos en el verano del 2007 y el desempleo llega hasta el 7%,
acercándose casi al pleno empleo. Pero no es un trabajo que le llene
mucho, así que continúa su búsqueda como trabajador social y no
tarda mucho tiempo en encontrarlo. Poco tiempo después realiza una
entrevista para un centro de menores de acogida temporal y le dan el
empleo. Lagarder no se lo cree, parece que todo empieza a encajar,
por fin tiene una casa propia, un trabajo de su especialidad con un
sueldo que jamás pensó poder ganar y trabajará con
niños,
algo que siempre le gustó. Ese día me cuenta que gasto más de 200
euros en llamadas telefónicas a sus amigos de Rumania, estaba
eufórico. No se lo podían creer, Lagarder estaba en España
trabajando ya como trabajador social, los sueños parecían a veces
cumplirse realmente. Era como si le hubiera tocado la lotería.
TRABAJADOR SOCIAL
El
centro estaba en Alcalá de Guadaira y era un centro de acogida para
chicos que venían en verano de otros países con pocos recursos,
como niños saharauis o del este de Europa. Desde el primer momento
Lagarder se dio cuenta que los demás trabajadores sociales actuaban
más bien como guardianes que como educadores o amigos. Los mantenían
en salas llenas de juguetes pero sin prestarle mucha atención.
Lagarder desde el primer día quiso cambiar esto. Recordó todo lo
que había sufrido en su acogida, todas las veces que no había
tenido un adulto que lo apoyara cerca y le diera ánimos y confianzas
y recordó a las chicas suecas que cambiaron ese verano y lo llenaron
de color.
Cada
día que llegaba a casa Lagarder lo pasaba pensando que podía hacer
con los chicos del centro de acogida, trajo de nuevo su taller de
musicoterapia, otro de plantar flores, otro de cuentacuentos etc….
Cada día era alguna novedad, algo que llamara la atención de los
niños y estos estaban encantados con él. Algo que debería ser
visto desde todas las perspectivas como positivo no lo fue para otros
tanto. Sus compañeros de trabajo empezaron a quejarse de su
comportamiento, ponía el listón demasiado alto, debería bajarlo
porque les dejaba a los demás como unos vagos, como trabajadores que
no se preocupaban por su empleo. La directora del centro le llamó
la atención, le dijo que su ímpetu era bueno pero que debía
comprender que no todos podían trabajar como él y que podía haber
problemas con los compañeros. Lagarder no lo entendía, había dado
todo de sí, hasta el último aliento queriendo ser un buen
profesional en su empleo y además ayudando a estos chicos que le
hacían recordar su propio centro de acogida. Tenía un contrato de 3
meses revisable a fijo si les gustaba como trabajaba. Pero a Lagarder
le fue imposible bajar el ritmo, le fue imposible no inventar cada
día nuevas opciones para divertir a estos chicos que venían de
entornos difíciles. Y finalmente en Octubre no le renovaron el
contrato.
El
siguiente trabajo de Lagarder fue gracias a una asociación gitana en
la cual empezó a participar. La Junta de Andalucía ofreció algunas
plazas a trabajadores sociales para mejorar las relaciones entre los
profesores y el alumnado. Lagarder entró dentro de esta oportunidad
y durante un par de años trabajó en diferentes institutos de la
provincia. Pero el que más le marco fue un instituto del barrio
sevillano de Pino Montano.
Este
instituto era catalogado dentro de los Institutos de Excelencia. Pero
tenía un problema, los niños gitanos del vecino barrio de San Diego
estaban sin escolarizar. La Junta y el instituto habían intentado
escolarizar a estos niños sin ningún éxito y contrataron los
servicios de Lagarder como trabajador social para solucionar este
problema. Cuando Lagarder llegó al instituto lo primero que hizo fue
preguntar que métodos habían utilizado para atraer a estos niños
al instituto. El instituto le comentó. que habían enviado cartas e
información a las familias pero estas no habían respondido.
Lagarder no cabía en su asombro. ¿Nada más? Nada más respondió
el instituto.
Tras
visitar casa por casa, hablar con cada familia y convencerlas de los
beneficios de que sus hijos estuvieran escolarizados unos 80 niños y
adolescentes gitanos llegaron hasta este instituto colapsando el
funcionamiento normal del centro. Lagarder había vuelto a supera las
expectativas por las que se le contrató. Y esto, por ilógico que
parezca, volvió a no ser una buena carta de presentación de nuevo.
Los profesores y la dirección se quejaron de esta avalancha. Y
Lagarder intentó contenerlos diciendo que poco a poco la situación
se iría normalizando y que ayudaría en todo lo que pudiese para que
así fuera.
La
semana siguiente cuando acudió al instituto (ya que trabajaba en
varios institutos a la vez) se dio cuenta que los niños no habían
sido integrados, que era lo que buscaba el programa por el que había
sido contratado, sino todo lo contrario. Los niños gitanos habían
sido llevados a las clases de diversificación junto con los alumnos
con dificultades intelectuales. Después de hablar con el director y
con muchos profesores para que se diera paso a una integración de
los alumnos gitanos en las clases normales se argumentó que esto
bajaría el nivel del resto del alumnado. Lagarder buscó
alternativas que contentaran a todos pero apostando siempre por la
integración y sin tener que bajar el nivel de los demás alumnos. Se
puso en contacto con la Universidad de Sevilla y busco voluntarios
que quisieran hacer prácticas en un Instituto de Secundaria como
tutores de niños con problemas sociales o familiares, para que
pudieran ponerse al mismo nivel que el resto de alumnos. La
Universidad de Sevilla le contestó favorablemente y le ofreció un
número amplio de voluntarios. Pero la dirección del centro se negó
a este proyecto y terminó despidiendo a Lagarder sin ningún motivo.
De nuevo su entusiasmo lo había traicionado.
Lagarder
no permitió que el asunto quedase así y denuncio al instituto ante
Educación que terminó dándole la razón e imponiendo una
indemnización por lo ocurrido. El instituto prefirió pagar la
cuantiosa indemnización antes que retractarse y volver a
contratarlo.
Sin
trabajo a la vista y con una crisis ya iniciada su profesora de
Aracena le aconsejó que podría sacarse las oposiciones como
Profesor de Educación Secundaria. Empezó a estudiar el máster
necesario para ello, alternando trabajos puntuales como traductor en
los Juzgados de Sevilla y su compromiso cada vez mayor con la
asociación de defensa de los derechos de los gitanos, ayudando
cuando podía a los más débiles. Cuando las oposiciones se
acercaron al no ser español debía presentarse antes a un examen de
nivel de castellano junto a todos los extranjeros que quisieran
presentarse a estas oposiciones. El examen fue en Málaga, y aunque
iba en un primer momento nervioso se tranquilizó un poco cuando se
encontró en el mismo tren a varios compañeros alemanes e ingleses
que iban a realizar la misma prueba y ninguno tenía su nivel de
español. Es más, casi ni siquiera sabían hablarlo, mantuvo
conversaciones con ellos en inglés.
En
el centro oficial de idiomas, el Instituto Cervantes, esperaba hacer
una prueba oficial de 4 apartados como cualquier otra prueba de
idiomas, pero eso no sucedió. Fueron llamando a uno por uno,
preguntándoles simplemente de que país eran y por qué querían
presentarse a las oposiciones de Profesor de Educación Secundaria.
¿Ya
está?. Si, ya está, ya acabado su examen nada más.
Lagarder no entendía muy bien lo sucedido. Hasta que vio en el
listado de aprobados una semana después solo los nombres de alemanes
e ingleses, cualquier otra nacionalidad había suspendido la prueba.
Las
deficiencias en profesores nativos alemanas o ingleses para la
apertura de centros educativos públicos bilingües habían hecho que
la prueba de castellano fuera una farsa. Después de una huelga de
hambre en las puertas de Educación y una denuncia por las
irregularidades en las oposiciones, dos años después Lagarder
recibió la notificación de sentencia en la decía que las
oposiciones habían sido irregulares y que deberían volver a
realizarse. Creando jurisprudencia en el primer caso ocurrido como
este en nuestro país.
Pero
Lagarder estaba ya desencantado, después de dos años estudiando por
unas oposiciones que le negaron realizar encubiertamente por su
nacionalidad su perspectiva de vida había cambiado mucho.
Hoy,
como desde hace ya tiempo, Lagarder me dice que no piensa en el
futuro, que no cree en este sistema económico ni político, que es
corrupto y que difícilmente podrá solucionarse cuando el dinero es
lo único que tiene importancia. Cree en la ayuda desde abajo, en la
protección de los más débiles, en la reunión con otras personas
en situaciones precarias que den ideas para cambiar algo en este
mundo, para ayudarse, para ser solidario.
Lagarder desde hace tiempo
es muy activo en las redes sociales, tiene miles de seguidores y sus
denuncias, al ser tan visibles, empiezan a dar sus frutos. En el
periodo que hacía las entrevistas a Lagarder se encontró a un
indigente tirado en el suelo, seminconsciente, nadie le prestaba
atención, los viandantes ni siquiera se fijaban en él. Estaba
sucio, descuidado, seguramente sería un drogadicto… no eran como
ellos, no podían ser empáticos con él.
Lagarder
no lo dudó ni un momento lo recogió y lo llevo al Hospital Virgen
Macarena de Sevilla, donde en urgencias ya le pusieron los primeros
impedimentos para tratarlos ya que no tenía tarjeta sanitaria.
Lagarder protestó e inicio una reclamación formal, entonces se
retractaron y contemplaron la posibilidad de al menos verlo. Durante
un mes ha luchado por que pudiera ser internado, ya que el indigente
llamado Carlos tenía varias enfermedades crónicas, era epiléptico
y tenía una soriasis extrema que estaba devorando su piel. Cuando
llegó al hospital los médicos le informaron que no hubiera pasado
mucho más tiempo con vida en aquella situación. Gracias a su
constancia y a la visualización de este problema en las redes
sociales, después de pelear y pelear mucho tiempo y expulsándolo
casi un par de veces del propio hospital se consiguió que a Carlos
se le ingresara oficialmente en el Hospital Universitario Virgen del
Rocío para tratar sus enfermedades crónicas.
En
estas dos fotos vemos el cambio de Carlos en unos 30 días de
tratamientos. Lagarder desde el primer momento sabía que el poder de
las redes sociales cada vez es más fuerte y no dudo en compartir
este proceso cada día, recibiendo miles de mensajes y decenas de
miles de Likes en Facebook, compartiendo y apoyando su causa. Ahora
Lagarder y amigos que lo apoyan están intentando convencer a Carlos
para que cuando salga del hospital acepte entrar en una organización
que ayuda a los politoxicómanos a dejar las drogas. Será un camino
difícil, pero seguramente, sin la ayuda de Lagarder hoy Carlos ni
siquiera tendría la opción de decidir sobre esta posibilidad.
Lagarder
me dice que ve el mundo muy diferente a como lo veía cuando llegó a
España. Antes huía de los problemas a los que tenía que
enfrentarse. Huyo de Rumania, buscando un mundo mejor, huyo de
Portugal buscando un mundo mejor y cuando llegó a España y muchos
de sus sueños parecieron frustrarse se dio cuenta que huir no servía
de nada. Hoy piensa que tú transformas el pequeño mundo que te
rodea, poco a poco, con pequeñas acciones, con tu forma de vida.
Dice que no necesitas viajar para conocer el mundo, que cada día es
un nuevo viaje que puede hacerte conocer algo nuevo, mejorar tu vida,
tu empatía con los demás, el amor que puedes dar…
Lagarder
hoy no espera nada, no tiene grandes expectativas de esta vida, de su
vida… pero tampoco frustraciones, miedos, agonías. Vive el día a
día sin pensar que sucederá mañana, sin temer lo que vendrá, ni
siquiera la muerte. Ha comprendido que nada es realmente necesario,
que las necesidades nos las creamos nosotros mismos y este sistema
económico y que no se es más feliz por poseer más. Él es
simplemente feliz ayudando, siendo consciente de los problemas que
nos rodean e intentando apoyar a los más débiles. Dice que no le
cuesta, al revés, no podría parar de hacerlo, no comprende como a
nadie parece importarle estas personas.
Es
extraño conocer a una persona como Lagarder en un mundo donde lo
material, el egoísmo, el individualismo extremo y la ausencia total
de empatía hacia personas sin recursos que los ha transformado en
invisibles. “Hay más de 5.000 indigentes sólo en Sevilla”, me
dice musitando, “y a nadie parece importarle”.
Siempre
pensamos que los cambios se deben hacer desde arriba, desde los
dirigentes de la sociedad, desde el pico de la pirámide que controla
toda la base. Pero con experiencias como esta me doy cuenta que no
tiene por qué ser así. Que si cada uno de nosotros hiciera pequeños
gestos, estuviéramos concienciados, pensáramos que ayudar a la
sociedad que nos rodea es ayudarnos a nosotros mismos… el cambio
pasaría a llamarse revolución. Podemos criticar a los políticos, a
los presidentes a nuestros dirigentes… pero ellos sólo son una
representación de nuestra propia sociedad, vienen de ella y forman
parte de esta. Podemos ser hipócritas y pensar que la culpa es
solamente suya, pero no estaremos siendo sinceros con nosotros
mismos. Para que el cambio pudiera ser real, para que la pobreza se
erradicara, las injusticias, la corrupción, la violencia dejara de
ser… deberíamos empezar primero por uno mismo. Por nuestro
entorno, nuestra familia, nuestros amigos, nuestros vecinos.
¿Realmente ayudamos a nuestro círculo cercano cuando necesita
ayuda?
El
debate está abierto. He intentado acércame lo más posible a la
vida, sentimientos y pensamientos de Lagarder para comprender la
evolución de un inmigrante en nuestro país. En este caso, aunque
muchas personas piensen que la evolución no ha sido muy positiva en
la vida de Lagarder, no puedo estar más en desacuerdo. La felicidad
es la búsqueda universal de cada persona en este mundo, unos lo
buscan en lo material, en lo superficial… Lagarder la encontró
siendo más consciente de su mundo y ayudando desinteresadamente a
los demás.
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